lunes, 16 de marzo de 2020

FILOSOFIA GRADO 11°



                                                          FILOSOFÍA GRADO 11°

                                                                  LA CIENCIA.

Cuánto ha cambiado el mundo desde que apareció la primera edición de este libro! La píldora anticonceptiva revolucionó la moral sexual; las mujeres, los afroamericanos y los gays lograron importantes derechos civiles; la novela latinoamericana admiró al mundo; Elvis Presley y los Beatles arrinconaron a la música culta; un ejército de campesinos derrotó al imperio más potente de la historia; despertaron China y el mundo islámico; se derrumbó el llamado “mundo socialista”; el marxismo entró en crisis; el llamado “neoliberalismo” amenazó las conquistas sociales; y el entusiasmo por la ciencia provocado por el Spútnik se convirtió en su rechazo por los posmodernos o irracionalistas.


Pero en medio de semejantes convulsiones sociales hubo una constante: la matemática, la ciencia y la técnica siguieron avanzando. En particular, nacieron la biología molecular, la neurociencia cognitiva y la socioeconomía; el mercado fue inundado por nuevos fármacos; y el ordenador personal, Internet y el teléfono móvil se difundieron por doquier, multiplicando la información aunque no necesariamente la comprensión. También nacieron la psiquiatría científica y las primeras drogas antipsicóticas eficaces, junto con los viajes espaciales y los chantajes nucleares.
Durante la primera mitad del período considerado —es decir, entre el Spútnik e Internet—, se generalizó la enseñanza de la lógica matemática a los estudiantes de filosofía, al tiempo que la investigación lógica se volvía tan abstrusa, y a veces arcana, que sólo los matemáticos podían realizarla.
Durante este período se registraron tres bajas importantes: el positivismo lógico, el materialismo dialéctico y la filosofía lingüística quedaron marginados porque ya no tenían nada nuevo que aportar. A la caída de la filosofía marxista contribuyó decisivamente la del imperio soviético. De un día para otro quedaron cesantes decenas de miles de profesores de esa filosofía y dejaron de venderse las obras completas de Lenin, que hasta entonces se vendían más que la Biblia.
Los vacíos que dejaron esas tres escuelas no fueron ocupados por otras nuevas dedicadas a trabajar problemas nuevos con nuevas herramientas. Sucedió lo que ha venido sucediendo desde la Antigüedad cada vez que la ciencia y la tecnología dan grandes saltos adelante: se resucitaron cadáveres. En casi todo el mundo, la filosofía llamada analítica, que respetaba a la razón, fue reemplazada por la llamada continental, que la denigraba.
En efecto, los panfletos iconoclásticos de Nietzsche y los textos herméticos y anticientíficos de Hegel, Husserl, Heidegger y sus imitadores se hicieron de lectura obligatoria. Fue una manera de advertir a los estudiantes que dejaran de preguntar y dudar y se resignaran a repetir sin entender. Volvió a ponerse de moda el viejo adagio teológico: Lo creo porque es absurdo. Y se atribuyeron a la ciencia intenciones criminales propias de la ingenieria y la industria militares.


Pero junto con esta degradación de la enseñanza de la filosofía, ha habido durante el último medio siglo buenas nuevas en la literatura filosófica. En particular, renació el interés por la ética, nació la filosofía de la técnica y se enriquecieron notablemente las filosofías de las ciencias particulares, especialmente la química, la biología, la psicología y las ciencias sociales. En suma, la epistemología o filosofía de la ciencia, que a comienzos del siglo XX había sido pasatiempo de científicos a punto de jubilarse, se incorporó al núcleo de la filosofía.

¿Por qué conviene hacer filosofía de la ciencia? Porque todos los investigadores científicos presuponen o dicen usar algunos principios filosóficos, pero rara vez los examinan. Si los examinasen podría resultar que propiciaran el avance de la ciencia o lo obstaculizaran. En el primer caso, esos principios merecerán que sean acogidos por la ciencia; en el segundo, merecerán ser corregidos o abandonados. En resumen, el cultivo de la epistemología procientífica puede ayudar al avance de la ciencia a la par que enriquecer a la filosofía.
Por ejemplo, la tesis hipocrática de la identidad psiconeural (“lo mental es cerebral”) propició la fusión de la psicología y la psiquiatría con la neurociencia, proceso que está dando resultados sensacionales. En cambio, la tesis neopitagórica its from bits (las cosas serían símbolos) descorazona a la física, en particular a la física experimental de partículas, ya que el bit, la unidad de información, es artificial y carece de propiedades físicas. La tesis de que la biología molecular es la base de la biología ha revolucionado esta ciencia. Pero la tesis reduccionista: “todo está en el genoma”, ha obstaculizado el estudio de los sistemas vivos, de la célula al organismo.
En los estudios sociales, la teoría de la acción racional, que es la corriente dominante, ha sido incapaz de explicar hechos macrosociales tales como las crisis económicas, las guerras y la proliferación de “villas miseria” o “ciudades perdidas”. En teoría económica se siguen usando principios como el de la maximización de la utilidad esperada, que no han sido puestos a prueba o han sido refutados por experimentos. En suma, mientras algunas doctrinas filosóficas sugieren investigaciones científicas promisorias, otras las frustran y merecen, por tanto, que se las llame fobosóficas.
Además, está la tentación permanente de la pseudociencia, que hace caso omiso del control empírico. Un ejemplo de ella está constituido por las ingeniosas explicaciones de hechos sociales propuestas por los sedicentes psicólogos evolutivos, los cuales sostienen que todo lo social tiene una raíz biológica. También postulan que los seres humanos dejaron de evolucionar hace unos 50.000 años, cuando la mente humana se adaptó a la sabana africana. Curiosamente, no se preguntan cómo fue posible que semejantes “fósiles vivientes” creasen la agricultura, la civilización, la escritura o la matemática.


Aunque estas especulaciones son incompatibles con la arqueología y la historiografía, circulan ampliamente en los ambientes académicos. Por ejemplo, el conflicto humano es el tema central del número del 12 de mayo de 2012 de la prestigiosa revista Science. La mayoría de los autores que escribieron sobre este tema afirmaron que: a) todo acto de violencia es producto de la agresividad innata; y b) la violencia ha disminuido en el curso de los últimos siglos.

Un filósofo de la ciencia pediría a esos autores que suministren pruebas empíricas de sus tesis. Acaso agregaría que la mayoría de los crímenes no son pasionales sino económicos o políticos. También señalaría que los atenienses de la época de Pericles no portaban armas, y que las ciudades de China que describió Marco Polo eran más seguras que Washington o la ciudad de México.
Finalmente, el filósofo agregaría, tal vez, que hay que distinguir la violencia interpersonal, o al por menor, de la organizada en gran escala, y que esta última ha sido mucho peor en el siglo pasado que en épocas anteriores. Baste recordar las dos guerras mundiales y los campos de concentración.
Esas calamidades fueron muchísimo más letales que todo lo conocido hasta entonces y no se debieron a desconfianza del otro ni a rivalidad sexual, sino a la codicia de unos pocos por riquezas ajenas o por dominio político. En suma, el filósofo que terciase en la controversia sobre la violencia exigiría mayor claridad conceptual, más respeto por los datos y, sobre todo, la adopción de un enfoque interdisciplinario.
En todas las ciencias y tecnologías hay problemas, explícitos o larvados, que invitan a la participación del filósofo. Pero para que esta sea eficaz, el filósofo tendrá que estar dispuesto a enterarse de los temas en discusión. Si lo hace podrá aportar sus dotes únicas: su habilidad para analizar y organizar ideas y para reconocer nuevos problemas globales, que suelen pasar desapercibidos al especialista. Además, al acercarse a disciplinas propiamente dichas, rechazará la consigna todo vale de los escribidores posmodernos.




                                           LA UTOPÍA.
Utopía» es una palabra frecuente en nuestro quehacer cotidiano. Esta se utiliza como argumento o contraargumento a la hora de discutir sobre sociedades idílicas o hipotéticas. Pero el término «utopía» tiene una profundidad mayor de la que la sociedad nos muestra o maneja. Por esta razón es importante hacerse una pregunta: ¿Qué es realmente una utopía?
Antes de nada, podemos acudir a la etimología y al origen de este concepto. El término utopía viene del griego y significa de manera literal «no-lugar», lo que representa un lugar que no existe. La primera vez que se utilizó fue en la novela Utopía de Tomás Moro. Este famosos relato transcurre en una isla con un gobierno pacífico e idílico y constituye toda una crítica a la organización política de los siglo XV y XVI.
A lo largo del artículo, para entender en profundidad el concepto de utopía, vamos a centrarnos tanto su definición como su utilidad. Esto nos ayudará a manejar el término y a no caer en esa línea que reclama a la utopía como un sinónimo de lo imposible.

Definición de utopía

Desde hace mucho tiempo, la sociedad ha soñado con un mundo idílico y una manera de gestionar la sociedad perfecta. De ahí nace el uso del término utopía. Esta consiste en una teorización acerca de cómo se debería organizar de forma perfecta una sociedad, estado, comunidad o parte de los mismos. Un aspecto importante es que este mundo hipotético no acude a una utilidad inmediata, no busca encontrar un sistema político que se pueda aplicar en el contexto actual.
Cuando se construye esta teorización, lo que se busca es la forma del mejor sistema posible. Solo se busca dar forma a la idea desde términos teóricos, sin tener en cuenta el grado de dificultad a la hora de trasladar esa idea o esquema a la realidad. De esta forma se puede crear de manera hipótetica una sociedad perfecta. Ahora bien, la idea de la perfección de la sociedad es algo ambigua e interpretativa; un hecho, a lo largo de la historia y según el individuo ha ido cambiando casi de manera constante.
Podemos encontrar multitud de ejemplos de utopías a lo largo de la historia. Quizás una de las más antiguas sea la utopía de Platón. En ella, la sociedad estaría dividida en tres clases asignadas por sus competencias y habilidades: la clase política, la clase militar y la clase de productores. Así, el buen funcionamiento y gestión de esas clases aseguraría una sociedad perfecta y pacífica.
También podemos encontrar utopías mas modernas, como el socialismo utópico. La cual fue creada como crítica al capitalismo y a la explotación de los individuos a través de la apropiación de su fuerza de trabajo. Esta utopía se basa en una sociedad cooperativa y autogestionada. A través del apoyo mutuo, el trabajo colectivo y la decisión asamblearía se lograría el funcionamiento optimo de la sociedad.

La utilidad de la utopía

Utopía es un concepto amplio y profundo, muy utilizado por filósofos, pensadores y políticos. Pero la siguiente pregunta que se nos plantea es: ¿qué utilidad tiene la creación de una sociedad perfecta en lo abstracto que puede encontrarse con muchas resistencias en caso de haber un intento serio por llevarla a la realidad? Muchos podemos caer en el error de pensar que las utopías carecen de pragmatismo o de tener solo una utilidad literaria o de pasatiempo, pero esto no es así.
A la hora de valorar la utilidad de una utopía, nos podemos encontrar con 4 funciones distintas. Estas dependerán de lo que buscaba el autor a la hora de crear esa sociedad idílica. Estas funciones son las siguientes:
  • Función de crítica: una utilidad de las utopías es como crítica a la organización social actual. Construir un sistema utópico sirve para ver/medir lo alejada que esta la organización social actual de él. Lo que sirve para cuestionar la validez del sistema social presente y valorar la necesidad de un cambio político.
  • Función valorativa: otra función, muy relacionada con la anterior, sería la que destaca la influencia de la utopía en el estudio de diferentes sociedades. Las utopías pueden servir para reflexionar acerca de los diferentes métodos de organización social y conocer mejor así nuestro sistema político y social.
  • Función esperanzadora: también podemos acudir a una posición más humanista del término. Podemos encontrar que algunas utopías tienen la función de generar esperanza en el ser humano. Intentar hacer llegar a los individuos la idea de que una sociedad mejor es posible.
  • Función orientadora: por último, y quizás la función más útil, sea utilizar la utopía como objetivo o meta. Establecer como objetivo algo perfecto e ideal sirve para mantener un progreso continuo y no quedarnos atascados en la falsa ilusión de que vivimos en el mejor sistema posible.
El término utopía se utiliza en multitud de ocasiones como sinónimo de imposible. Incluso se atribuye al mismo un carácter idealista y de poca utilidad. Pero, esta concepción no deja de ser un error: las utopías nos permiten identificar el objetivo a alcanzar, actúan como brújula. Y esto no es baladí, ya que una de las motivaciones más poderosas que tenemos los seres humanos es la de buscar lo mejor.




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